EMBAJADA DE LA ALIANZA

 
 
(El castillo de las embajadas aparece ocupado por los cristianos. Un centinela hace guardia en la plaza del castillo. Se aproximan los romanos con su embajador a caballo y cuando están a distancia conveniente, principia la embajada)
Embajador.-    ¡Centinela!
Centinela.-      ¿Quién sois vos?
Embajador.-    Un soldado amigo vuestro
                        que al jefe de ese castillo
                        viene a pedir parlamento.
Centinela.-      ¿En qué campo militáis?
Embajador.-    En el Romano Imperio,
                        con mando de estos soldados
                        hijos de cristianos viejos
Centinela.-      ¿Qué misión traéis aquí?
Embajador.-    Brindaros nuestros aceros
                        para luchar con vosotros
                        contra el infiel agareno.
Centinela.-      Pues, aguardad, que mi oficio
                        y consigna cumplir debo
                        transmitiéndole a mi jefe
                        vuestros laudables deseos.
 
(Se retira el Centinela y sale el jefe del castillo)
 
Jefe.-  ¿Quién al jefe del castillo
viene a pedir parlamento
para tratar de alianzas
en estos días funestos?
¿Es un ardid por ventura
de parte del agareno
para caer por sorpresa
sobre este castillo viejo
con el fin de sojuzgarnos
y hacernos sus prisioneros?
Pues equivocados vais
con tan malvados intentos
y nunca realizaréis
vuestros innobles deseos
toda vez que día y noche
ocupamos nuestros puestos
y velamos arma al brazo
para frustrar todo asedio.
Embajador.-    Bien obráis,
noble caudillo,
abrigando esos recelos,
que toda prudencia es poca
en estos mengua dos tiempos.
El enemigo anda cerca
y no repara en los medios
de hacer suyos cuanto antes
los castillos y los pueblos
donde se adora la Cruz,
pero si escucháis atento
y medís bien las palabras,
veréis que sólo os ofrezco
mi persona y mis soldados
para hundir al agareno
que es el común enemigo
de nuestra fe y nuestro pueblo.
Jefe. ¿Y quién sois vos para hacer
tan nobles ofrecimientos
en estos días aciagos
de felonías sin cuento?
Embajador.-    Por la gracia de Dios soy
un romano de abolengo
que amando a la noble España
del monarca Recaredo,
vengo a dar guerra a los moros
que han invadido este suelo
soñando con que sería
del Califa rico feudo.
Jefe.- Bien habláis, noble soldado,
más ¿cómo yo he de creeros
si nuestros conquistadores
también los romanos fueron?
¿Quién a la invicta Numancia
obligó a arrojarse al fuego?
¿Quién a Sagunto obligó
a morir tras largo asedio?
Y si venís a ayudarnos
porque vuestro guía es el celo
de la santa religión
del divino Nazareno,
¿cómo adoráis a los dioses
Marte, Júpiter y Venus
que en Roma tienen aún
sus altares y sus templos?
Embajador.-    Capitán noble y cristiano,
escuchad por un momento.
Aunque los ídolos tengan
sus adoradores ciegos
que falso culto les presten
en la Roma de San Pedro,
también allí existen fieles
que adoran al Dios del cielo
y que creen como vosotros
en Jesús Nazareno.
¿Veis esta cruz sacrosanta
que llevamos sobre el pecho?
Es la cruz de Constantino,
la que derrotó a Magencio,
la que ha extendido sus brazos
por todo el romano imperio,
la que adoró la legión
fulminante de guerreros
que al lanzarse a la pelea
con invencible denuedo,
terror y espanto infundían
al enemigo más fiero.
Esta cruz aquí nos trae
para estar al lado vuestro
y batir la Media Luna:
que si a España en algún tiempo
vinieron otros romanos
a conquistar este reino
para ensanchar sus fronteras
y extender su vasto imperio,
eran legiones paganas
que a Cristo no conocieron
y ni tenían nuestra fe,
ni jamás les movió el celo,
ni el amor a Jesucristo,
si no los bienes terrenos,
y nosotros siempre somos
de aquellos el fiel reverso.
¿Dudáis aún aceptar
nuestro noble ofrecimiento?
Jefe.-Creo que habláis, Centurión,
como buen cristiano viejo
y como cumple el buen nombre
de un honrado caballero.
Más antes que yo descorra
de este castillo los hierros
y os deje franca la puerta,
con el respeto que os debo
os pido que confeséis
y juréis por Dios del cielo
que jamás os aliasteis
con los cristianos perversos
que dieron a la morisma
paso franco en el Estrecho,
ni pretendéis sojuzgar
nuestros castillos y pueblos.
¿Juráis, pues, por nuestra fe
respetar siempre los fueros
y la noble independencia
de todo el hispano suelo?
Embajador.-    Puesta la mano en la cruz
de este no manchado acero,
juro yo y conmigo juran
todos mis bravos guerreros
la independencia sagrada
de todo este hermoso reino
respetar, sin otra idea
que combatir como buenos
hasta lograr que a esconderse
vuelva el moro en el desierto.
Jefe.-               Si es todo cual lo afirmáis,
llamad al punto a los vuestros
que el castillo de Villena
os acoge ya en su seno.
Decid a vuestros soldados
que los valientes guerreros
defensores del castillo
les darán pruebas de afecto
y su pan y sus recursos
los compartirán con ellos;
decidles que la bandera
que en el castillo tenemos
han de jurar defender
mientras les queden alientos,
porque es la bandera invicta
de la gran reina del cielo
la Virgen de la Virtudes
honra y prez de nuestro pueblo.
Embajador.-    Vuestra decisión aplaudo,
vuestra invitación acepto,
y desde este mismo instante
contadnos ya entre los vuestros;
nuestr
a gloria es ser soldados
de la Reina de los cielos
para luchar con los moros
que pretenden someternos
para robar nuestra fe
e imponer la suya al pueblo.
Pero eso nunca, jamás,
jamás se lo consentiremos
porque juramos morir
antes que ser viles siervos
de los hijos de Mahoma
y en la lucha cuerpo a cuerpo
nos has de ver pelear
sin cobardías ni miedo
mientras haya un solo infiel
que profane nuestro suelo.
Y teniendo por patrona
a la reina de este pueblo,
la Virgen de las Virtudes,
plena confianza tenemos
de vencer y de triunfar
juntos con vuestros guerreros
pues no han de faltarnos nunca
el auxilio de los cielos.
Jefe.-               Así lo creo, romano,
de nuestra Virgen lo espero:
y puesto que hoy es el día
en que celebra este pueblo
en honor de su Patrona
regocijados festejos,
también nosotros con júbilo
nuestra alianza celebremos
y el clarín pregonará,
sonando a los cuatro vientos
este pacto solemnísimo
de los soldados iberos
con los valientes romanos,
en contra del agareno.
Embajador.-    (dirigiéndose a los suyos)
Soldados de mi legión,
hijos del Romano Imperio,
que lleváis de Constantino
la invicta cruz en el pecho:
ved de la noble Villena
el fuerte castillo abierto:
dentro de esos altos muros
hay esforzados guerreros
que aceptan nuestra alianza
y admiten nuestro esfuerzo
para que luchemos todos
la misma idea defendiendo.
Con ciega fe el estandarte
de la Virgen hoy juremos.
Entrad todos decididos
y por la reina del cielo
la Virgen de las Virtudes
a luchar estad dispuestos:
que si al dar el primer ¡viva!
con ardor acometemos,
no quedará en pie ni un moro
en todo el hispano suelo.
 
(Se abren las puertas del castillo y entran los soldados romanos cuyo embajador se abraza con el Jefe del castillo a la vista del público)