EL CAPITÁN, EL ALFÉREZ Y EL ABANDERADO EN LAS FIESTAS DE MOROS Y CRISTIANOS: ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Vicente Vázquez Hernández
 
 
            El presente artículo es complementario del que escribí el año pasado en estas mismas páginas sobre el paje, y viene a profundizar en el binomio capitán-paje, cargos festeros por excelencia en las fiestas de moros y cristianos. Así, muchos de los conceptos y ejemplos que el año pasado señalamos para los pajes, sirven perfectamente para este artículo, que vamos a completar con otros datos suplementarios.
            Así, como señala Martínez Castillo en su Diccionario festero, el capitán es el máximo cargo festero en Sax, y “cada comparsa nombra a dos socios de la misma anualmente y que son denominados capitán de la Bandera (en otras poblaciones Alférez o Abanderado) y Espada (que porta el sable del mando).”
 El cinco de febrero tras la Rifa de regalos al santo se procede a uno de los actos más carismáticos y queridos de la fiesta, la Bajada de Nuevos Capitanes…
            … En los actos de arcabucería, uno de los capitanes dispara salvas al paje al principio de la comparsa y el otro porta la bandera al final. Los distintivos de los capitanes se componen de una banda terciada al costado derecho y la espada colgada en su parte izquierda…
            … Han sido siempre famosos en Sax, los “Refrescos de los Capitanes”, ya que es tradición que el capitán obsequie a los festeros de su comparsa al final de los acompañamientos al capitán, último acto de cada día.”
            En Sax, según el artículo 81 de los Estatutos de la Mayordomía de San Blas, “Los Capitanes, Pajes y Sargentos, son los cargos festeros que están obligados cada una de las comparsas a nombrar cada año. Sus nombramientos serán potestativo de cada una de ellas, según su tradición y la conformidad de los capitanes será dada por los interesados ante el Cabildo, como es tradicional.”
            Las características de los cargos festeros están más desarrolladas en el Reglamento de Régimen Interior de la Mayordomía de San Blas, que para los capitanes señala los siguientes puntos:
1. Este cargo será ostentado obligatoriamente por 2 capitanes de cada Comparsa, de modo oficial. En el caso de que existan más capitanes, será cada Comparsa la que regule su posición dentro de esta.
2. Pudiese ocurrir que este cargo estuviese ostentado por representación femenina, en cuyo caso, la mujer llevaría bien traje masculino, bien traje femenino, pero oficialmente constaría como Capitán y no como Capitana.
3. Los capitanes deberán de asistir obligatoriamente a todos los actos festeros y en el horario previsto en el programa de Fiestas.
4. Los capitanes, al margen de comprometerse ante sus propias Comparsas, estarán obligadas a presentar su conformidad el día 26 de Diciembre en la Mesa del Cabildo.
5. Por tradición, un Capitán portará la bandera y el otro desfilará por en medio de la Comparsa llevando la espada.
6. En los actos de arcabucería, un Capitán disparará al principio de la Comparsa las salvas a su paje, y el otro portará la bandera al final de la misma.
            Si en los programas de fiestas de 1889, 1892 y 1899 figuran los capitanes de comparsas, desde comienzos del siglo veinte, el concepto de “abanderados” aparece en los programas de las Fiestas de Moros y Cristianos de Sax, junto con los capitanes, como “Nuevos capitanes y abanderados”. Desde 1916, en el cambio de capitanes se nombra específicamente “sorteo de capitanes y abanderados”, y así continúan durante las décadas de 1920 y 1930. Después de la guerra civil, durante las décadas de 1940, 1950, 1060 y 1970, en los programas de actos se cita claramente a “capitanes y abanderados”, y apareciendo debidamente señalados el “cambio de capitanes y abanderados” y los “nuevos capitanes y abanderados”. Fue a mediados de los años ochenta del siglo veinte, concretamente en la revista de fiestas de 1984 cuando ya no se distingue entre capitanes y abanderados, pasando a ser citados únicamente como “capitanes”.
            También las fiestas patronales de Yecla, además de la figura del paje, como vimos el año pasado, recogen los cargos de alférez y capitán.
“Artículo 122. Al Alférez, como Oficial de la Compañía y Mayordomo de la Bandera, le cabe la alta dignidad de ser el custodio y portador de ésta.
Artículo 131. El Capitán, Mayordomo del Bastón, Como Oficial Jefe de la Compañía, ostentará el Mando sobre todos los miembros que la componen.
Por su empleo y cargo, dependerá directamente del Órgano de Mando.”
            En toda la geografía festera ocurre lo mismo con el cargo de capitán, con los distintos matices y peculiaridades propios de cada población. Por ejemplo, así define la figura del capitán y del alférez Mateo Sánchez en Caudete: “El Capitán es el festero que dirige a la Comparsa los días de Fiesta y sufraga gastos de entretenimiento para los miembros de la misma. Es lo que se conoce con la expresión “hacer la función” o “hacer la Fiesta”. Alférez era el paje que llevaba el estandarte o pendón del Rey. En nuestras Fiestas, es el que se ocupa de rodar la bandera en los diversos actos, así como cuidar de ella durante todo el año. El ruedo de banderas se efectúa siguiendo un orden establecido desde el principio de la existencia de las Comparsas y con un número determinado de vueltas.”
            Veamos otros ejemplos festeros en la comarca. Así, como señala Mercedes Molina, en Benejama, “como en la mayoría de los pueblos que celebran Moros y Cristianos los cargos son: el Capitán, el Alférez (Oficial del ejército que antiguamente era el Abanderado, el portador y responsable de la bandera. Así asume el cargo en nuestra población, si bien en los actos religiosos como la misa, la ofrenda y la procesión la delega en una abanderada, pero con la obligación de custodiarla)”.
            También en Villena, Domene Verdú, al hablar de los cargos festeros cita al capitán: “Es la máxima autoridad en los desfiles y tiene la misión exclusivamente organizativa, lo que lo diferencia de otros pueblos en que tiene mucha mayor relevancia. Es condición necesaria que el capitán dispare con arcab
uz en los actos que lo requiera, como reminiscencia de su antiguo status desde el siglo XVI como jefe de la soldadesca. Su distintivo es una banda con los colores y el nombre de la comparsa.” Y al alférez o abanderado: “Tiene la función de llevar la bandera de la comparsa en todos los actos, pero no de rodarla, puesto que para ello existe la figura del rodador de la bandera. Sus distintivo es una banda como la del capitán.”
            En las Fiestas de Moros y Cristianos de Sax, la primera referencia sobre los capitanes aparece en la Historia de Sax de Bernardo Herrero: “… Mención aparte merecen los capitanes, que cristianos o moros resultan los mayores paganos de la fiesta; pero bien vale la pena de echar al aire un puñado de pesetas ante el honor grandísimo de guiar la hueste a la victoria. Es de ver el marcial continente de estos caudillos, pendiente al cinto el espadín o el curvo chafarote, que aunque tal vez proceda de algún dragón o mameluco del ejército napoleónico, esto no obsta para que le estime el improvisado sarraceno cual si fuera auténtico alfanje damasquino. ¿Pues y las banderas? ¿Quién no ambiciona ser portaestandarte de los pendones del Islam o de las gloriosas enseñas de la Patria? Hay que ver la gracia y maestría con que las tremolan algunos de estos adalides: (rodar la bandera llaman a esto las gentes) en un arte especial que sólo se conoce en las fiestas de moros y cristianos…”
            Como hemos visto, en Sax, cada comparsa tiene dos capitanes, diferenciados popularmente como “capitán espada” y “capitán bandera”, porque como señala la Asociación de Estudios Sajeños, “al frente de cada Comparsa se establecerá un Capitán, grado militar institucionalizado en España desde el siglo XVI; el de mayor reputación entre la oficialidad de los antiguos Tercios; el que dirigía las compañías de milicias concejiles; y el que –como en la actualidad- ejerce el mando directo sobre la unidad cohesionada básica en el combate: la compañía. El Capitán encabezará la Comparsa en las procesiones disparando sus armas incesantemente; en los desfiles sin arcabuz, portará su sable de mando desplegado, como en batalla.
            Cada Comparsa o “ejército” dispondrá de su bandera propia. Como hemos visto, la tradición militar española adjudicaba desde antiguo el cargo de abanderado a los alféreces, y la figura del Alférez del concejo o Mayor de la villa no escapó a esta preceptiva. Sin embargo, el grado de alférez desaparece del escalafón militar español, en 1841, y aún antes su existencia se había restringido a reducidos cuerpo de élite…
            … Perdida la memoria del alférez, o simplemente ignorándolo por no ser ya nada militar, los festeros de Sax denominaron también “Capitán” al portador de la bandera, cuando el abanderado siempre fue, y es todavía, el oficial de menor rango. El “Capitán Bandera” asumen, en cierto modo, las funciones de los antiguos alféreces y, por extensión, la del antiguo Alférez Mayor de la villa. También desde entonces sigue ostentando la enseña en las procesiones con la mejor de las maneras militares: en posición de “orden de combate”, es decir, vertical, inmóvil, sin zarandeos (al contrario de lo usual en otras localidades donde las comparsas o entidades festeras llevan sus banderas “al hombro”).
            El Alférez o “Capitán Bandera”, al igual que el “verdadero” Capitán, en tanto que oficiales comandantes adornarán sus grados con bandas rojas acreditativas, al igual que lo hacían los verdaderos militares españoles desde el siglo XVI.
            La vinculación entre los cargos festeros de capitán y alférez con sus homónimos de los antiguos tercios y milicias españolas también la ha estudiado en Villena Arnedo Lázaro, quien señala la existencia de los cargos de capitán y alférez en los Programas de 1884, 1886, 1889, 1892, Reglamento de 1889, etc., explicando que dichos cargos son de origen militar, “pero dichos cargos o empleos Militares, no se los copiamos directamente al Ejército, sino a través de intermediarios: las Milicias Militares establecidas en todos los pueblos de las Españas. Entre los cargos que asimilamos de esas Milicias Militares, está el Capitán, Alférez, Sargento y Cabo.”
            Los antiguos tercios españoles de los siglos XVI y XVII tenían un número variable de compañías (entre 10 y 16), cada una mandada por un Capitán y un Alférez con sus pajes (2 y 1 respectivamente), un sargento y algunos cabos de escuadra o cabos. El número de soldados rasos podía variar desde 30 ó 40 hasta 200.
            Un cierto número de estos podían ser oficiales y sargentos reformados (cobrando la mitad o un tercio de su sueldo. De esta forma el ejército español se aseguraba tener disponibles mandos para la recluta de nuevas unidades). Los cabos y los granaderos se escogían entre los soldados rasos aumentándoles la soldada. Muchas veces en las compañías también había un soldado cuya tarea es llevar la bandera de la compañía (se le llamaba abanderado; el alférez ya no tenía por tanto que encargarse de esta tarea, quedando como segundo oficial de la compañía).
La palabra “capitán”, sinónima de caudillo o jefe, parece que debe derivarse del latín “caput, capitis”, cabeza…
Antes de que la compañía adquiriese el carácter de unidad orgánica de composición más o menos permanente, existió en la Edad Media con el nombre de “compañía” y mandada por un capitán. Pronto fue el capitán la jerarquía militar por excelencia y la compañía se llamó también “capitanía”. Desde finales del siglo XV el grado o empleo de capitán ha estado permanentemente unido al mando de compañía en todas las armas y cuerpos con tropas, extendiéndose después a las escalas y cuerpos aún sin mando de compañía.
Si en un principio el empleo de capitán se otorgó sin exigir condiciones de ningún género a los aspirantes, la ordenanza del año 1632 preceptuó ya que no se proveyera aquel cargo sino en individuos que hubieran servido seis años como soldado y tres de alférez, o diez años día por día como soldado; sólo tratándose de un caballero de sangre ilustre podía reducirse este plazo a cinco años, a fin de “no dilatar tanto como en los demás el designio que se debe hacer de ellos para los puestos mayores”. Estos privilegios de clase, disculpables en aquella época por la organización especial de la soc
iedad contemporánea, tardaron mucho en desaparecer, teniendo como secuela las “preferencias” de unos institutos sobre otros, que minuciosamente reglamentadas y escrupulosamente exigidas por los favorecidos, fueron en todo tiempo semillero de rozamientos y discordias.
La divisa del capitán fue en los tiempos antiguos una banda roja. También debió de ser muy antiguo el uso de la “jineta”, pues dice Bardín que los capitanes franceses adoptaron el “espontón” para imitar a los españoles, que llevaban aquella arma.
            Por encima del sargento estaba el capitán de la compañía, con una autoridad omnímoda en lo relativo a las acciones bélicas y el servicio del rey. El capitán era el modelo en que se miraban sus hombres; tal era el capitán, así era la compañía. Al paje de rodela del capitán a veces se le llamaba paje de jineta, por la lanza, más corta que la pica, que tenía el capitán como distintivo de su rango, y que tenía múltiples utilidades, desde defenderse de un ataque de caballería a descalabrar a un insolente. El paje llevaba normalmente ambas cosas y solo se las daba al capitán en el momento del combate. El paje de rodela, o de jineta, era uno de los puestos más peligrosos del ejército porque estaba desarmado al lado del capitán, en primera línea y delante de todos.
            Con el nombre de alférez del rey en Castilla, “armiger” en Leon y “senyañer” en Aragón, fue en la Edad Media el portador de la enseña real y en ocasiones mandaba la hueste real. Como alférez de compañía continuó llevando la bandera, además de segundo oficial de la misma y auxiliar del capitán.
Un oficial de confianza, puesto que le sustituía en sus ausencias, en sus enfermedades o cuando había sido baja en el combate; pero sobre todo porque era el responsable de la “vandera”, fundamento de la compañía, su honor y su reputación, que repercutía sobre todos los soldados.
            Por esto debía ser capaz de protegerla y sacrificarse defendiéndola. Cuando hacía las veces de capitán, toda la compañía le obedecía en todo. Sin embargo, él no podía conceder licencias ni poner en libertad a ningún arrestado, sin tener instrucciones particulares respecto a ello.
            Debía el alférez ser corpulento, fuerte, hábil y gallardo, para presentar una buena estampa en todas las ocasiones. Sobre todo en los asaltos para ondear la bandera con una mano, o en las revistas, para inclinarla como deferencia hacia el jefe, gallardamente, como era sabido, en especial si un general –o el mismo Rey- estaba presente.
            Tenía que ser español, de confianza y conocido por sus méritos. Se requería una antigüedad de cinco años como mínimo, para pretender el honor de llevar una bandera. No podía ésta confiarse a un soldado excesivamente joven que no pudiera campearla, elevarlo con brío ni hacer “gentilezas” una vez desplegada.
            En el combate, no sólo había que ser suficientemente fuerte para ondear la bandera, sino también para defenderla. Era un privilegio muy solicitado. Y el alférez debía respetar a su capitán, obedecerle con afecto y agradecerle siempre el honor que le había hecho confiándole la enseña de su compañía.
            La bandera no sólo era la representación del honor del capitán y de la compañía, sino también el del Rey. Ser su portador era la distinción más importante. Para no pecar de ingratitud, el alférez tenía que soportar frecuentes incomodidades y sacrificios.
            Pero no eran las cualidades físicas los únicos requisitos para ser un buen alférez. También hacía falta que fuera lo suficientemente inteligente para regir la compañía en representación de su capitán, e incluso mandarla circunstancialmente.
            Así pues, ser alférez requería conocimientos de “milicia” y demostrar el espíritu de iniciativa para que no se resintiera la continuidad en el mando.
            La bandera que se utilizaba diariamente era más pequeña que la de las paradas o formaciones. Normalmente medía dos varas de lado, es decir, 1’70 m. Como asta, la sostenía una pica de ocho a nueve pies –2’25 a 2’50 m.-. La tela era tafetán teñido con el color elegido por el capitán, pero siempre tenía la cruz de San Andrés y, a veces, la divisa del príncipe.
            Se bendecía la enseña cuando se la entregaba el capitán al alférez. Y lo mismo se hacía cuando se iniciaban largas expediciones.
            El alférez que la portaba debía ir muy bien armado, pues tenía que causar pavor al enemigo en el combate, manteniéndola en alto y blandiendo la espada con la otra mano. Se protegía con una buena celada, una coraza, una espada y una daga. Cuando no llevaba consigno la bandera, usaba también alabarda o venablo, como insignias; por ejemplo, mientras visitaba los alojamientos y la enseña quedaba en el cuerpo de guardia principal. También durante las marchas, si el capitán conducía él mismo la unidad, y en otras varias circunstancias.
            En los combates le rodeaban soldados distinguidos, sus compañeros afines, elegidos por su valor y que tenían la misión de ayudarle y protegerle. Esto era un honor para ellos, y podían convertirse en abanderados si el alférez les honraba con esta deferencia. También éstos tenían que ir correctamente armados y vestidos, tanto por la seguridad como por el respeto a la enseña.
            Pero había en cada compañía una abanderado para llevar la bandera en el físico sentido de la expresión. En realidad el alférez no la sostenía personalmente más que para combatir, acompañar al capitán en algunas ocasiones o en las formaciones para pasar las revistas.
            Las enseñas podían llevarse al hombre durante las marchas, pero con la condición de que al menos una fuera enarbolada, de modo que los soldados tuvieran siempre a la vista una bandera. Eso sí, cuando la compañía marchaba sola, su bandera tenía que ir siempre alzada. No podía permitirse que la bandera fuese arrastrando, ni aun tocar el suelo siquiera, “porque representan poder real”…
El 28 de Junio de 1632 se decretó una Ordenanza con el fin de mejorar el estado económico y moral del soldado, quedando establecida la normativa por la que se regiría la Infantería Española, se reorganizaron las funciones y características de los mandos y soldados, así como el sueldo.
            Como explica Mencía Gómez-Arevalillo, “A los capitanes, según Ordenanza de 1632, se les exigía probada experiencia de 6 años como soldados y tres como alférez o de diez años en el primer puesto. Si estos aspirantes a capitanes eran caballeros de ilustre nacimiento se les admitía después de haber servido seis años en la guerra, es decir, dentro de los Tercios españoles o en Compañías formadas para las guarniciones de los buques. Debían ser españoles y aventajados por causas militares.
            Las compañías reformadas no podrían tener como capitanes hombres venidos de la Corte, pues debían contar con experiencia en el frente y los alféreces haber servido dos años bajo bandera, en caso de ser de cuna ilustre, de lo contrario cuatro años en el frente o seis bajo efectivos. Los sargentos también tuvieron mención, precisaban cuatro años de servicio, ser diligentes y ágiles para recibir y dar órdenes. Se contaba siempre con la aprobación del Maestre de Campo del Tercio en el nombramiento de nuevos cargos.
En 1633 se estableció el sueldo de la Infantería Española:
                                                                                                          Escudos/mes
Por sueldo de Capitán y paje                                                                        44
Alférez y abanderado                                                                                   18
Sargento                                                                                                        8”
            Como vimos en el artículo del año pasado, la reforma de las milicias de 5 de noviembre de 1692 también destaca el papel de capitanes, alféreces y sargentos:
            “… procurareis luego se nombren en las Villas, y Lugares de vuestra jurisdicion los Capitanes, y Alferezes que por pie de cada Lugar deven tener, como hasta aquí se ha hecho, aviendo de ser de la primera nobleza, calidad, y representacion de ellos; y sino huviere quien tome las dichas Ginetas, y Venablos, hareis que se voten en los Cabildos, y por vuestra mano vengan a mi Consejo de Guerra tres sugetos para cada uno de los puestos con vuestro informe…
Que asi mesmo el que sirviere veinte años en esta milizia se pueda jubilar si lo pidiese quedando con las preeminencias, entendiéndose gozan del fuero Militar en todos los Capitanes, Alférezes y Sargentos, mientras lo estuvieren exerciendo desde el día que fueron nombrados y admitidos para el puesto…
Y por lo que toca a las personas que son exemptas de entrar en suertes son las siguientes: Primeramente, los nobles e hijosdalgos que la calidad que han de ser dellos los Capitanes, y Alférezes, además de estar todos obligados a acudir a los llamamientos que les hiziese con sus armas y cavallo.”
            En Sax, Ochoa Barceló ha estudiado a fondo la provisión real de 1592 en la que se autoriza a la villa a tener el cargo de “alférez mayor”, entre sus atribuciones estaba la de custodiar las insignias y bandera de la milicia local. El alférez sacaba estos emblemas militares, en especial la bandera de la milicia local en todos los alardes locales y en la fiesta de Corpus Christi. En 1598 el rey Felipe II manda una orden al corregidor para la organización de las milicias en las doce villas pertenecientes al área entre Sax y Chinchilla, en esa orden se especificaba que se debían de elaborar las listas locales de hombres entre los 18 y 45 años de edad para formar parte de las milicias. Estas milicias son reclamadas para servir a Felipe III en agosto de 1603, estableciéndose que las milicias de Sax se unan a las de Villena para formar parte de su compañía, y se eligió al alcalde de Villena como capitán del conjunto de esa milicia, que se había formado sacando uno de cada diez vecinos de cada villa. Meses después en Sax se procede de nuevo a armar a la milicia, para ello se compran cinco arcabuces en Elche y se decide que la milicia salga a hacer un recibimiento a una personalidad para seguir con su adiestramiento, que como se aprecia seguía siendo en las fiestas locales (ya sean reales o religiosas).
            En octubre de 1609 se recibe en Sax la modificación de las anteriores ordenanzas, estableciéndose ahora que la milicia la formen los vecinos entre los 18 y 50 años, así se hace el nuevo reclutamiento, manteniendo la proporción uno de cada diez vecinos, saliendo el cupo entre voluntarios y sorteos. Así se formaba la milicia local militar en cada villa, de ahí se pasaba a agruparlas en compañías de 200 soldados al mando de un capitán y un alférez a su vez se dividían en escuadras de 25 soldados al mando de un cabo.
            Esta “Milicia General” establecida en las villas permanecía inactiva (sólo salía en fiestas locales) en los períodos de estabilidad y se volvía a formar en los períodos en los que la tensión militar crecía, ese es el caso de la orden de abril de 16
25 en la que el rey establece de nuevo la formación de esta milicia, pero sólo en las poblaciones que estuvieran dentro de las veinte leguas próximas a la costa, con esto se trataba de armar a las villas costeras y de tener en los pueblos del interior unas milicias preparadas en caso de socorro de las villas costeras, algo que se hizo habitual ante la frecuencia de los ataques berberiscos.
Estas milicias locales militares o milicias concejiles, compuestas por los vecinos de las ciudades y villas, tenían la misma organización interna que las compañías del Ejército español, la diferencia estaba en su situación diaria, el Ejército estaba movilizado y los vecinos eran tropa de reserva, que pasaban más tiempo realizando alardes y prácticas de tiro que movilizados por motivo de peligro real.
            En el caso de Sax, la existencia de estas milicias concejiles o provinciales está documentada desde el siglo XVI, a través de las cuentas de propios del concejo, donde aparece reflejada la compra de pólvora y arcabuces para el alardo que realizaban los soldados, posteriormente encuadrados en las Milicias Provinciales, y que continuaron durante el siglo XVII, como demuestran las actas de los libros de Cabildo del concejo de Sax.
            Los antecedentes documentales del alardo los encontramos en el Archivo Histórico de Sax, donde en las cuentas de propios del concejo de Sax en 1543 aparecen las siguientes anotaciones:
“DESCARGO
Id. pagó por mandado de los oficiales, medio real, a un mozo que tocó el tambor el día que se hizo el alardo en esta villa……………………………………………………. 17 maravedíes.
Id. pagó por mandado de lo oficiales a Alonso Catalán, por que le mandó ir el concejo a Villena para que se traxese los arcabuces desta villa……………. …………… 78 maravedíes.
Id. pagó a Alonso Catalán, por pólvora que dio para probar los arcabuces que se compraron en esta villa………………………………………………………………….. 102 maravedíes.
            Los ejemplos de alardos en Sax durante la segunda mitad del siglo XVI y primeros años del XVII son numerosos. Veamos los relacionados con motivo de la guerra de Granada (1568-1571) para sofocar la sublevación de los moriscos, “…y que tienen apercibida la gente della, y se hace guarda de día y de noche como pueblo que esta cercano, que es a media legua, de los nuevos convertidos…”, “…que sin embargo del alarde que tenían hecho en días pasados, mandaron que se pregone por la plaza pública y que se haga nuevo alarde, para así cumplir lo mandado y avisado”.
            Durante el siglo XVII continúan los alardes con motivo de la participación de soldados de Sax en las Milicias Provinciales, como se puede comprobar en el siguiente acuerdo del tercer libro de cabildos:
26 septiembre 1607.- Dicen que el concejo tiene comprados cinco arcabuces para que se adiestren los soldados de la milicia, y acuerdan que se le pidan a Juan Chico de Torreblanca, alguacil que fue de la villa, y que se traigan al Ayuntamiento para evitar que se puedan perder.
1610, julio, 28: alarde militar realizado por el capitán de milicias Ochoa, en la que pasó revista a los soldados comprobando sus pertrechos y los datos contenidos en las listas de los soldados de dicha milicia. Hay noticias en la década siguiente de la realización de más alardes, con consumo de pólvora y ejercicios de disparos de arcabuces.
 
            Este alardo también se efectuaba para festejar la llegada de personajes ilustres a la villa, como sucede en el siglo XVII en dos ocasiones, a principios y finales del mismo, pues el 2 octubre 1603 se acordó: “Primeramente se trató que el domingo Primero siguiente biene a esta villa el Obispo de Cartagena, y cumpliendo con lo que se debe a recibimiento de tan principal perlado se acuerda se reciba y festeje lo mejor que se pueda”.
            Y en mayo de 1699, con motivo de la visita del obispo de Cartagena: “”Dijeron que por quanto tienen noticias que para mañana domingo pasa a esta villa el Ilmo. Sr. Obispo de Cartagena, y para que de la visita y de la bienvenida se devían nombrar Comisarios para dicho efecto, y para ello se nombraban y nombraron a los Señores Juan de Torreblanca y Martín Estevan, y asimismo a cargo de esta villa se le festexe a Su Ilma. con artillería para su entrada y tiros de pólvora y que dichos Comisarios asistan a dicho Sr. Obispo…”
            Pero no solamente Sax, sino todos los pueblos de la comarca tienen documentada la existencia de estas milicias y los cargos de capitán y alférez. En Biar, como explica Belda Díez: “Ya a mediados del siglo XVIII aquella agrupación militar se organizó de forma más reglada, dividiéndose en dos compañías. Así lo decretaba el Capitán General de Valencia en 1743. En aquella reorganización de la fuerza que se encontraba en el Reino, se establecía para Biar la división de la antigua milicia en dos nuevas compañías de Milicias Urbanas. Estas nuevas agrupaciones estaban compuestas por un capitán nombrado entre las familias más notables de la población; un alférez encargado de portar la bandera de la compañía; un sargento; un cabo y cincuenta soldados armados con fusiles y arcabuces. Las funciones de las nuevas compañías eran las mismas que en la vieja milicia, como era la defensa de la villa y la participación en acontecimientos festivos de la población”.
            También sobre Biar, Cerdá Conca, al hablar del recurso de la villa al Consejo de Castilla contra la prohibición de la pólvora, escribe: “En el año 1792 la villa de Biar recurre ante el Consejo Supremo de Castilla, contra la prohibición de la pólvora, ya que no pueden sin ella festejar a la patrona la Virgen de Gracia las Compañías de arcabuceros, con sus capitanes y estandarte”, y dice así el citado recurso:
            “Joseph María Sanz, en nombre del Consejo, Justicia y Regimiento de la Villa de Biar, Reino de Valencia, cuyo poder represento ante V. Alteza como mejor proceda, Digo:…
            Mas como en otras procesiones generales y días en que obsequia aquel vecindario a la Virgen Santísima, y hasta la prohibición general de fuegos, tenía por costumbre el pueblo y mi parte, la de celebrar una función soldadesca formando dos vistosas compañías de Arcabuceros con sus Capitanes y Estandartes y disparar tiros de fuego y fusil con pólvora sola en sus evoluciones militares, advirtiendo hoy por miparte, que los rústicos labradores acostumbrados a esta clase de fiesta, por no tener otro igual en todo el año, se ha ido entibiando su devoción a la
Patrona por esta privación, atribuyendo semejante falta al gobierno del Ayuntamiento mi parte, y que a no procurar éste los medios de dar el gusto y satisfacción que apetece, de la función soldadesca, quizás llegue a perderse eternamente esta devoción y el Santuario”.